martes, 23 de junio de 2009

Juan y Julia


Entonces ahí se encontraba Juan. Parado frente al mostrador, en puntitas de pié. “En qué puedo ayudarte?”, le preguntó el vendedor, pero Juan no contestó. Estaba indeciso. Miraba las gomitas con un deseo incontrolable de llevarse todo el paquete a la boca y masticar con la boca abierta sin importar que los pequeños pedacitos de goma baboseada se precipitaran al vacío, pero sabía que ese no era el camino si quería enamorar a Julia.
Julia era su compañerita de banco. Se sentaban juntos justo al lado de la ventana que daba al arenero. Tenía pelo lacio y marrón, y cuando sonreía asomaban de entre sus labios unos aparatos fijos que eran la envidia de todo el curso. A esa edad todos querían tener aparatos fijos, y Julia los sabía llevar.
Por otro lado estaban los chocolatines. Eran la otra alternativa. Sabrosas tabletitas de chocolate blanco, diez cuadraditos de paraíso capaces de seducir a cualquier chica de 6 años. Juan sabía que a Julia le gustaban los chocolatines, pero las gomitas eran demasiado ricas como para resistir la tentación. Metió su mano en el bolsillo y sacó dos monedas de veinticinco centavos. Alcanzaba para el chocolatín y para las gomitas, pero no para los dos. Buscó en su otro bolsillo con la esperanza de encontrar alguna moneda extraviada, pero no tuvo suerte. Juan tenía que elegir. El placer inmensurable de saborear 8 gomitas a la vez, o Julia. Miró al kiosquero y, casi sin querer, le dio los cincuenta centavos. “Me llevo éste”, dijo, queriendo disimular su voz temblorosa e indecisa. “Acá tenés, suerte Juancito” dijo kiosquero, y Juan se fue al recreo, ya un poquito más hombre.
Julia estaba sentada en el borde del arenero cuando el reloj del patio marcaba las once y diez. Las agujas avanzaban implacables, devorando rápidamente los cinco minutos que quedaban de recreo. Sabía que tenía que hablarle, ¿pero cómo? Era la más linda de la clase, iba a necesitar más que un chocolatín. En eso, siente que le tocan la espalda. Era Julia. No podía dejar pasar ni un segundo más, tenía que actuar. “Tomá, te compre un regalito”, dijo, y extendió la mano. La miró a los ojos esperando esa sonrisa que sólo Julia podía hacer, pero no pudo ver el reflejo del sol en los aparatos, ella lo miró sin entender demasiado y, él, él entendía todavía menos. Bajó la mirada, y se encontró con lo peor. Estaba tan nervioso, que el chocolatín se había derretido en su mano y ahora chorreaba por los costados del papel. En ese momento deseó no haber aprendido nunca a leer la hora en relojes con aguja. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y su cara formó esa mueca que hacen los nenes cuando están por llorar. “Yo también te traje un regalito”, dijo Julia. Abrió su mano, y dejó caer encima del chocolate un paquete entero de gomitas de todos colores. “Para mi?”, preguntó. Ella sólo sonrió, y Juan pudo ver como miles de pedacitos de gomitas de colores decoraban sus aparatos fijos.

El tiempo pasó, y Julia se cambió de colegio. Ahora tiene un nuevo compañerito de banco, Marcos. Por otra parte, Juan empezó primer grado, ahora usa camisa y corbatín y, aunque ya no se ven como antes, él ya no duda cuando va al kiosco, porque sabe que a su novia, Julia, también le gustan las gomitas.

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6 comentarios:

  1. "Espero sepan comprender, se vienen períodos de poca actualización, algo de estudio y muchas, pero muchas plegarias."

    Que raro encontrar un cuentito como de jardín acá.. igual lo disfruté imaginandome el chocolate derretido en la mano jajaja

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  2. Tiernisima, no podía dejar de leer! =)

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  3. Ayyy, esa historia es super tierna!!!...si hay algo q me puede, es una historia de amor entre dos niños, te comente alguna vez sobre esto, cuando hablaste de la peli realmente amor. Que bueno q actualizaste, porque tu anterior post no hizo mas q deprimirme! :( Segui contando este tipo de historias!

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  4. Me sentí parte del cuento, no podía dejar de leer...!

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  5. Juan y Julia es la mejor combinación de nombres!

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