viernes, 2 de diciembre de 2011

Mucha gente tiene muchas responsabilidades y a veces eso es muy importante.

A lo lejos suena la bocina siempre estruendosa y el tren asoma por la curva, señal de que la espera había terminado. Al parecer el servicio de trenes no andaba bien ese día (nunca lo hacía) y, como de costumbre, el tren llegó repleto hasta el último centímetro, tan repleto que el conductor permitió que algunos intrépidos viajasen con él siempre y cuando le ceben unos mates. Todos en esa estación tenían cosas muy importantes que hacer y no estaba en los planes de nadie dejar de hacerlas porque a un tren se le ocurrió llegar con demora. De última, la responsabilidad es una decisión propia, no del señor que tiene la concesión del transporte público.  Algunos, muy pocos, los más pacientes, esperaron el próximo con los dedos cruzados, pero no el protagonista de esta historia. Él no tenía ni el tiempo ni la paciencia para esperar el próximo.

Las puertas se abrieron y la gente se apresuró a buscar lugar en la poll position, es que hay que apresurarse cuando las puertas se abren para poder conseguir un lugarcito entre la multitud apretujada. El primero en bajar (y el único) fue un vaho a sudor concentrado que a juzgar por su presencia parece llevaba allí un buen rato. La gente empezó a entrar, y también nuestro protagonista. "La capacidad del vagón depende de la fuerza que tenga el último para entrar", se dijo, y soltó una sonrisa que desentonaba con los demás. No es fácil sonreír a esas horas de la mañana, requiere constancia y entrenamiento, horas frente al espejo practicando: primero la comisura derecha y luego la izquierda para empezar. Cuando se domina ese movimiento de forma individual luego la tarea es probar con las dos a la vez, pero lo más difícil de todo es que parezca natural, y para eso hay que entrenarse por dentro.

La bocina siempre estruendosa se hizo notar otra vez, las puertas se cerraron y todas esas toneladas de acero y responsabilidades se pusieron en marcha. Él, nuestro protagonista, se abrió paso entre almas apretadas hasta encontrar un lugarcito en el pasamanos que le permitiera sacar el su libro y sumergirse en ese otro mundo que siempre llevaba en la mochila. El vaivén del vagón apelmazaba las personas unas contra otras en lo que parecía un baile coordinado, solo que sin todo lo lindo que tiene bailar. En el vaivén, él, que estaba de frente a la ventana, sentía contra su espalda otra espalda que al principio pensó que era una mochila y se apresuró a molestarse y pensar que la gente es desconsiderada y que no puede ser que sabiendo que estamos todos apretados, algunos todavía tengan la costumbre de no sacarse la mochila. Se dio vuelta y fue la razón quien le dio la espalda al darse cuenta que en realidad quien lo rozaba con la marea era una muchacha. Se sintió un idiota por un momento y casi al mismo tiempo un estúpido intolerante, pero volvió a zambullirse en su mundo de bolsillo solo para que el roce lo sacara de los pelos de allí y lo devolviese a la realidad "salí de ahí, esto es acá y ahora", sonó casi como un reto. El choque de espaldas dejó de ser un choque y se convirtió en una caricia intermitente, de esas que uno extraña cuando no están y que cuando están nunca son suficientes. El gusano de acero, lleno de personas llenas de responsabilidades abandonaba la estación de Nuñez cuando la intermitencia dio lugar a un roce casi continuo. Nuestro protagonista sentía como los omóplatos de la muchacha rozaban los suyos y como también lo hacía la cola. La suya le quedaba justo por la mitad de la de ella, por lo que pensó que era un poco más bajita. Debía tener una cintura pequeña, de esas que caben en las manos de quien tiene la suerte de hacer la prueba, pues el contacto era entre los omóplatos y la cola, dejando en el medio un abismo. A él le hubiese encantado darse vuelta y probar, pero las normas dicen que eso no se hace y las normas hay que cumplirlas, así que controló sus ganas y se volvió a su mundo de bolsillo. Bah, abrió el libro y lo miró un rato, pero ya no podía zambullirse. Tenía la mente en el mundo real, más precisamente en el vagón, más precisamente en la chica de atrás, más precisamente entre el omóplato y la cola. Y sus sentidos.. bueno, también estaban ahí todos juntos entre el omóplato y la cola, que hacían de puente entre ese ser que creía conocer desmedidamente más de lo que realmente conocía y desproporcionadamente menos de lo que él hubiese querido. Pero nuestro protagonista nuca se creyó el cuento de la realidad. Se dijo que la realidad era lo que uno quisiese, después de todo nadie iba a decirle cómo tenía que vivir las cosas.

El tren se sacudía y también su imaginación. Pero a veces a esta nos pide que le robemos una ayudita a la realidad (que es lo que uno quiere que sea) y entonces volteó movido más por el impulso que la razón y fue entonces cuando ellos, los dos, cruzaron miradas (ella también había volteado aunque no sabemos bien por qué). Unos ojos verde esmeralda  le dieron de qué aferrarse cuando el pasamanos lo había abandonado y se miraron dos segundos que parecieron una eternidad. Hubiera jurado que fue una eternidad si no hubiese sido por el paisaje que avanzaba borroso detrás y ella, en primer plano y por ese instante que duró dos segundos y una eternidad, vació el vagón de gente y responsabilidades para llenarlo de vaya uno a saber qué, que le hizo ilusión. Pero en el mundo real los dos segundos fueron solo dos segundos, y volvió a bajar la cabeza para pasar de hoja, pero en lugar de mirar una palabra y después la que le sigue (así es como se lee), sus ojos las pasaban por alto sin prestarles la atención que se merecen. Es que quería apurar el libro para poder contemplarla. "Cuando ese mundo de bolsillo se convierte en una obligación entonces es mejor dejar de leer", se dijo con mucha razón y lo guardó en la mochila para sacarlo en algún momento en el que el mundo real no fuese tan interesante. Pero en ese instante esta chica tuvo toda su atención y el viaje nunca duró tan poco.

El tren, que siempre hace el mismo recorrido, llegó a retiro y abrió sus puertas para que bajaran todos. Primero lo hizo el vaho, como de costumbre, luego la gente con más responsabilidades primero y los más despreocupados después, a excepción de algunos que habían quedado atorados en medio del vagón cuya prisa transformada en inquietud se propagaba por el océano de gente hasta sacudir al que pide los boletos en el extremo del andén. Los dos bajaron y se unieron a la procesión de zombies que se zarandeaba lentamente de un lado al otro cubriendo cada centímetro de la terminal. Por un momento la perdió de vista y se preocupó porque todavía no se había decidido por no hacer nada, pero por suerte la encontró unos metros delante de él, y entonces la vio bailar mientras todos se balanceaban sin mucha gracia, y entonces volvió la ilusión y lo sumergió en el cono del silencio donde es reina la indecisión.

El funeral (que siempre ocurre de lunes a viernes en la terminal) prosiguió como de costumbre mientras todos avanzaban hacia los molinetes que les darían a cada uno la libertad para seguir siendo responsables pero con un poquito más de soltura y despegarse así del resto sin más sentimientos que el de alivio y tal vez un poco de ganas de ver el sol. Todo eso a cambio de un cartoncito impreso es una ganga y él también lo creyó así. Pero lo que sea que ella haya pensado jamás lo sabremos porque al llegar al boletero, él (que, como dijimos, mucha paciencia no tiene) saltó el molinete esquivando la cola y la perdió de vista para siempre. Es que mucha gente tiene muchas responsabilidades y parece ser que eso es más importante que muchas otras cosas.

11 comentarios:

  1. Espectacular! Siempre te leo, pero nunca había comentado. Felicitaciones por este post, es increíble como logras describir esa situación tan comun y le das ese toque mágico que la eleva de su cotidianeidad. Saludos!

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  2. Buenisimo. Siempre descubro algo nuevo que me gusta. Nuevamente descubro algo nuevo.

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  3. Está bueno, che.

    La única crítica es: la oración que empieza con "El gusano de acero", si no quiso ser un doble sentido quedó muy soez en el lugar que la pusiste :P.

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  4. Si pudieran hacer feliz a alguien sin tener que dar nada a cambio, lo harían? Bueno, eso mismo es comentar un post. Yo escribo porque me gusta, pero lo publico porque de alguna manera espero (o me gustaría tener) una respuesta de quien lo lee. Porque sino lo guardo en un .doc, lo imprimo y lo arhivo en una carpeta con la etiqueta "cosas que creo que valen la pena pero no quiero compartir".

    A todos: Gracias por tomarse la molestia (por decirlo de alguna manera) de comentar. Gracias por la buena onda, realmente. Así sí que dan ganas de escribir! Incluso si fuesen críticas, eso también suma. Lo bueno es interactuar!


    Siempre que tengan la posibilidad de expresar algo lindo, traten de hacerlo. Por lo general no nos cuesta nada, y puede que hagan a la otra persona feliz.

    Saludos grosos, grosos.

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  5. Groso, como siempre... la verdad q no dejas de sorprender Tyler!

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  6. "...pero lo más difícil de todo es que parezca natural, y para eso hay que entrenarse por dentro"

    Para elegir solamente una, pero en realidad debería copiar el cuento completo en el comentario.
    Encantome!

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  7. Nooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!! Las oportunidades no se dejan pasar en esta vida!

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  8. Muy pero muy bueno Tyler!
    Te voy a hacer caso, cada vez que tenga algo para comentar, lo voy a hacer. Leo siempre, se me ocurre algo cada tanto y comento poco.
    Voy a escribir más seguido, con este relato y con ese petitorio me compraste!

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  9. Nice.
    Pensé lo mismo que SS con "El gusano de acero". Tuve que releer porque no lo creí posible.

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