miércoles, 9 de mayo de 2012

Un día astuto.

Todo empezó cuando me di cuenta que se me había roto el celular. Así, de la nada dejó de andar la pantalla de mi samsung con tapita que hasta el momento había sabido ser de los más rústicos pero resistentes aparatos que tuve. Como hasta entonces me había estado levantando con esos ruiditos polifónicos tan copados que hacen la alarma de mi teléfono, pensé que si quería levantarme mañana iba a necesitar otra cosa que haga de despertador (y ahora que son las tres de la mañana más todavía). Por eso fui a buscar el móvil que usé en Barcelona que tengo al reverendo pedo (resulta que no anda con la frecuencia de acá) pero me percaté que justo se me acababa de romper el cargador. 


Ayer andaba. Chequeado. 


Cuestión que eventualmente me cansé de estudiar luego de la casi pódica (palabra que no está en el diccionario pero significa "digna del podio" y la acabo de inventar) cuenta de... cuarenta... y dos minutos y me dije bueno, vamos a tocar un poco la guitarrita porque también tengo que hacer ejercicios de eso. Pero resulta que abro la funda y uia, una cuerda estaba rota. En realidad ya se había empezado a romper hace unos días y parece que finalmente desistió. 

El tiempo pasó, la hiciste llorar, yo lloré y Maggie rió... todo fue una confusión. Entonces como tenía que ir a la fiuba, pensé en pasar por la bicicletería a decirle al bicicletero que se me había vuelto a aflojar la tuerca del pedal...

 
Hola a todos, soy Ron Burgundy. Para comprender mejor lo que sigue, quizás le interese leer esta breve reseña de la historia entre estos dos personajes:









Hace algunos días Sir Tyler le llevó su corcél al herrero del pueblo para que le cambie los pedales y como el herrero era medio jeropa se los cambió así nomás, forcejeando demasiado con ellos al menos para lo que al escritor de este relato respecta. En ese momento, al ver como el herrero maltrataba a su corcel, Sir Tyler pensó en intervenir pero se dio cuenta de que en su puta vida había cambiado un pedal y que si él se viera de afuera se pensaría un gil. Sabiamente optó por callarse la boca, decisión que luego haría que le quepa porque ese mismo día por la tarde, mientras andaba por Cabildo, se le piantó un pedal y casi se la pone contra una parada de bondi.

Es importante destacar que me refiero al pedal entero, manija + pedal.

En su momento el tipo la arregló de onda, o quizás también porque Sir Tyler, en lo que fue una astuta jugada, le dejó la bici para que le arregle los frenos, pero parece que lo hizo mal porque la tuerca en cuestión se volvió a aflojar. Ahora es importante destacar que para el tipo fue pura casualidad que justo el mismo día que él estuvo forcejeando con el pedal, se desajuste justo una tuerca que estaba a veinte centímetros de aquella con la que él estuvo forcejeando. Un dato menor pero que no quisiera dejar de mencionar, es que esa tuerca no se había aflojado en más de diez años. Así las cosas, Sir Tyler se dirigió por segunda vez con su corcel a buscar al hijo de puta del herrero que lo había dejado a pata todo el finde largo...


O sea imagínense un bicicletero de barrio. Viejo, con esa postura medio encorbada de andar siempre agachado laburando todos los días hace mil millones de años en un local de dos por dos, mal iluminado, moviendo las mismas tuercas y sintiéndose mal cada vez que alguien le trae una bicicleta moderna porque tiene que meter mano en mecanismos con los que no está canchero y salen un fangote. Qué garrón sentirte obsoleto…  Si no les cabe el dramatismo, pueden imaginárselo con anteojos de sol, pelo corto con mousse modelador (porque estos tipos usan mousse modelador que no es lo mismo que decir que tienen gel), una remera blanca dry-fit que dice Vairo y pantalones cortos con zapatillas deportivas así no les da tanta lástima.

Como quieran. 

Resulta que agarro la bici para llevarla y me doy cuenta de que tiene una goma pinchada. Primero puteé, pero luego pensé que tal vez así iba a ser más fácil decirle al bicicletero si me podía ajustar devuelta la tuerca sin que se ponga todo loco ese viejo del demonio. Porque claro, el ego de estos tipos es una cosa a considerar. Poca gente es tan testaruda como un bicicletero de barrio. Pueden no saber de muchas cosas pero de bici “lo saben todo”. Entonces me acerco y le explico que mire, que le dejo la bici para que le arregle la cámara y de paso le cuento que se me aflojó la tuerquita otra vez y quería saber si no podía ajustármela un toque, a lo que el viejo me contesta que no, que está roto y que hay que cambiar el pedal y que sale cuatro altos guisos, o sea sesenta pesos. Entonces lo miro con cara de me estás cargando viejo trolo, y le recuerdo que en diez años nunca se me había aflojado la tuerquita esa chota y oh casualidad justo el mismo día que lo veo a él dándole bomba al pedal como si estuviese arrancando una Zanella, resulta que se afloja la tuerquita. 

“Viste, qué casualidad”, me contestó. 

Todo mi cuerpo sintió IIIIIIIRAAAAAAAAAA. No contesté. 

“Qué, no pensás que fue casualidad?” 

Gracias a la sociedad por haberme enseñado a reprimir mis instintos salvajes. 

Me limité a contestarle que no, que estaba bastannnte convencido de que sus brutas maniobras habían tenido algo que ver, que yo lo había visto todo. Visto como él forcejeaba con la bici como si fuese Stallone cerrando alguna válvula para evitar que explote no sé, un edificio de oficinas; y que no creía que fuese casualidad que de los más de tres mil seiscientos cincuenta días –porque hubo años bisiestos- que tuve mi bicicleta la tuerquita se haya salido jusssto el mismo día que el mismísimo demonio bicicletero puso sus horripilantes garras sobre mi nena. Las casualidades de la vida. 

“Ah, sí? entonces sabés qué? no me dejes nada la bicicleta”.

Me mandó a casa con la goma pinchada el viejo, un copado.

“Que te vaya bien“, agregó. ”No, mal, MAL me va a ir”, repliqué en una repentina muestra de honestidad por parte de mi inconciente. El yo del pasado seguramente hubiese estallado a puteadas, pero esta vez me alegró que me haya dado la posibilidad de irme dentro de todo tranquilo a casa. A decir verdad después me sentí bien conmigo por haber podido pensar en ese momento. 

Y de ahí me fui a la facultad. Fue un día donde hubo charla con profesores acerca de lo poco que me motivaban sus clases y la falta de bola generalizada que había en el aula. Aproveché para sugerir que nos inviten a nosotros los alumnos a participar constructivamente de la clase para ver cómo se puede mejorar. Creo que muchos profesores quizás no lo hacen porque no tienen ejercitado el músculo de la autocrítica y por eso son poco permeables a sugerencias. 

Si me preguntan a mí… Para asimilar mejor una sugerencia o crítica, es mejor no pararse “en frente“(metafóricamente hablando), sino a un costado y tratar de ver cómo la sugerencia encajaría en la situación. En esto a veces puedo ser muy pichi. 

Resulta que la charla se trasladó a la pizzería (por favor algún fiubense que me tire el nombre de la que está a la vuelta de Las Heras) y después a casa con casi todos los que estaban ahí adentro salvo el mozo que tampoco se el nombre pero si me está viendo le mando un saludo porque ese sí que es un copado, donde continuamos la charla entre el olor a plástico quemado, el humo y mi computadora a la que se le acababa de quemar la fuente. Todas buenas!



3 comentarios:

  1. A ver, ¿entendí mal o te sacó las bielas a martillazos?... loco, eso es lo que hago yo si intento sacarlas en casa con lo que haiga. Se supone que se cambian con un "sacabielas".

    Cambiá de bicicletero (y lamentablemente, seguramente vas a tener que cambiar el buje de la caja)...

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  2. 'Mañana es mejor', eso me acuerdo cuando salen todas para atrás y con ojotas, porque Spinetta si que fue un copado.

    Besito :)

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  3. Me dio mucha risa el caco colgando la zanella.

    Abrax.

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